¡JEFE, ESE NIÑO VIVIÓ CONMIGO EN EL ORFANATO!, GRITÓ LA EMPLEADA AL VER EL RETRATO EN LA MANSIÓN – Recette
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¡JEFE, ESE NIÑO VIVIÓ CONMIGO EN EL ORFANATO!, GRITÓ LA EMPLEADA AL VER EL RETRATO EN LA MANSIÓN

El jueves por la tarde, la mansión Garza estaba tan silenciosa que se escuchaba el tic-tac del reloj del pasillo. Valentina pasaba el trapo sobre los muebles del despacho con la concentración de quien intenta volverse invisible. Tenía apenas tres semanas trabajando allí y todavía sentía que cualquier ruido fuera de lugar podía ser motivo para que la despidieran.

Se detuvo frente a la chimenea para limpiar el marco de una fotografía. Lo hizo casi sin mirar… hasta que sus ojos se encontraron con los del niño retratado.

El trapo se le resbaló de las manos.

—Señor… —susurró con la voz quebrada—. Este niño vivió conmigo en el orfanato…

El sonido de la taza estrellándose contra el piso la hizo sobresaltarse. Mateo, el dueño de la mansión, se giró tan rápido que casi tira la silla.

—¿Qué dijiste?

Valentina tragó saliva. Sus manos temblaban, pero no se apartó del cuadro.

—Este niño de aquí… —señaló la fotografía—. Vivió conmigo en el orfanato Santa Clara. Dormíamos en el mismo dormitorio. Se llamaba Daniel.

El rostro de Mateo perdió el color.

Daniel.

Ese nombre que llevaba casi treinta años enterrado. El nombre de su hermano gemelo, el niño al que vio desaparecer frente a la presa cuando tenían cuatro años. El niño que todos le aseguraron que había muerto ahogado.

—Eso no es posible —murmuró—. Mi hermano murió hace mucho tiempo.

—Yo no sé de ninguna muerte, señor —respondió Valentina con firmeza—. Solo sé que ese niño vivió en el orfanato hasta los dieciséis años. Era mi mejor amigo. Me protegía cuando los demás se burlaban de “la huérfana flacucha”. Nunca olvidaré su cara.

Mateo cruzó el despacho en tres pasos. Tomó la foto con las manos trémulas. El niño sonreía con una mueca ligeramente torcida hacia la izquierda, los ojos oscuros y profundos que él veía cada mañana en el espejo.

—Daniel siempre hablaba de usted —continuó Valentina, sin poder detener ya los recuerdos—. Decía que tenía un hermano gemelo, que vivían en una casa grande, que su papá era chef y le llamaba “campeón”. Dibujaba esa casa una y otra vez en un cuadernito. Un piano, dos niños de la mano, un hombre con gorro de chef…

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