La historia debería haber terminado ahí. El dispositivo fue desactivado, la familia estaba a salvo y los perros eran héroes.
Pero Rex no había terminado.
Mientras los humanos hablaban, Rex se había movido hacia la pared de vidrio que daba a la pista. Miraba con intensidad una camioneta negra de mantenimiento que estaba al ralentí cerca de la cerca perimetral, a unos doscientos metros.
Soltó un gruñido bajo y gutural que vibró a través del vidrio.
—Mark —advirtió Díaz—. Mira a los perros.
Los catorce perros se alinearon frente a la ventana. Señalaban como perros de caza, con un enfoque único y aterrador.
Mark agarró su radio.
—Control, tenemos un vehículo sospechoso, camioneta negra, sector 4. Los perros la están marcando. Solicito intercepción inmediata.
—Negativo, Unidad 1 —respondió Control—. Es una cuadrilla de mantenimiento. Tienen autorización.
—¡Confíen en los perros! —gritó Mark al micrófono—. ¡Sellen el perímetro YA!
Como si hubieran oído la orden, las llantas de la camioneta chirriaron. Dio un giro brusco, alejándose hacia la puerta de acceso a la pista. Estaban huyendo.
Las sirenas aullaron cuando unidades tácticas inundaron la pista. Parecía una escena de película: patrullas flanqueando la camioneta, bloqueándola a centímetros de la salida hacia la carretera pública.
Cuando sacaron al conductor y al pasajero, no eran trabajadores de mantenimiento. Eran operativos de inteligencia extranjera, con laptops que estaban sincronizándose activamente con el dispositivo del osito de Lily. Estaban descargando rutas de vuelo clasificadas y protocolos de seguridad en tiempo real.
El segundo hallazgo
La adrenalina empezaba por fin a bajar. Los sospechosos estaban detenidos. Emily y Lily estaban en una sala privada, a salvo bajo custodia.
Mark se arrodilló para felicitar a Rex, hundiendo el rostro en el pelaje espeso del perro.
—Buen chico. Lo hiciste bien.
Pero Rex se apartó.
Trotó de regreso al área de asientos donde había empezado el alboroto. Comenzó a rodear una bolsa de deporte común y corriente que alguien había dejado atrás en el pánico de la evacuación.
No ladró. No gruñó. Simplemente se acostó junto a la bolsa y apoyó el mentón sobre las patas.
La alerta pasiva.
A Mark se le heló la sangre. Los ladridos “activos” eran para la amenaza en movimiento: el rastreador, la camioneta. La alerta pasiva estaba reservada para una sola cosa.
Explosivos.
—¡DESPEJEN LA TERMINAL! ¡AHORA! ¡TODOS AFUERA!
La segunda evacuación fue caótica, pero rápida. Cuando el robot del escuadrón antibombas abrió la bolsa, encontraron casi un kilo de Semtex conectado a un detonador remoto. Era un seguro. Si atrapaban a los operativos de la camioneta o se interrumpía la transferencia de datos, planeaban volar la terminal para cubrir su escape.
Rex no solo encontró un rastreador. Evitó un evento con víctimas masivas.
Por qué los necesitamos


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