Mi hija de 7 años sonrió débilmente desde su cama de hospital. “Mamá, este será mi último cumpleaños”. Intenté consolarla, pero entonces susurró: “Revisa el osito de peluche debajo de mi cama… – huonggiang
Durante seis largos meses, el hospital se había convertido en un territorio tan familiar como inhóspito. Las paredes blancas, el olor a antiséptico y el pitido suave pero constante de las máquinas formaban un paisaje donde la esperanza se aferraba a los rincones más estrechos.
Allí, en una habitación iluminada por la tenue luz artificial, una niña de siete años luchaba silenciosamente contra algo que nadie parecía entender. Su nombre era Lily. Su fragilidad, sin embargo, ocultaba una claridad que acabaría por desmantelar todo lo que su madre creía saber sobre su propia familia.
Lily había llegado al hospital con síntomas que, al principio, parecían pasajeros: cansancio, pérdida de apetito, episodios breves


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