La familia de su marido la echó de la boda, hasta que apareció su hermano multimillonario. – Page 3 – Recette
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La familia de su marido la echó de la boda, hasta que apareció su hermano multimillonario.

Vi a Emilio. Esperé que gritara, que se plantara. Pero su cara era de derrota.

—Dalia… mejor vámonos y hablamos mañana —murmuró.

Y ahí entendí: cuando tuvo que elegir entre el aplauso de su familia y la dignidad de su esposa, yo perdí.

Llegaron dos guardias de traje oscuro. Se notaba que estaban incómodos.

—Señorita, necesitamos que salga —dijo uno, intentando sonar profesional.

Me puse de pie temblando. El vestido que me hacía sentir hermosa ahora parecía disfraz.

Todos miraron cómo me sacaban.

Mónica me extendió mi bolsa como si me estuviera despidiendo de un empleo.

—Ya verás que es lo mejor —susurró—. Encontrarás a alguien… de tu nivel.

El camino a la puerta fue infinito.

Mis amigas intentaron seguirme, pero les bloquearon el paso.

—Solo la dama —dijeron.

Ni siquiera me dejaron irme con las pocas personas que eran “mías”.

Afuera, el aire helado me cortó la cara. Me senté en una banqueta, sin importar si ensuciaba el vestido. ¿Qué importaba ya?

Marqué a mi hermano.

Mateo Salazar.

El único que siempre me creyó capaz de todo.

Pero la llamada se fue al buzón.

Mateo era así: siempre en vuelos, juntas, mercados. Un hombre que construyó algo enorme desde nada… y que, aun así, seguía siendo el niño que me compartía galletas escondidas.

Me quedé ahí, rota, preguntándome si Mónica tenía razón. Si yo había sido ingenua. Si el amor no bastaba.

Y entonces lo escuché.

Un sonido profundo, acercándose.

No era un helicóptero.

Era más grande.

Volteé hacia el campo junto al restaurante. Un jet privado daba una vuelta amplia, buscando dónde bajar. Por un segundo pensé que era una locura… hasta que descendió con una elegancia imposible y se posó sobre el pasto como si fuera lo más normal del mundo.

Dentro del salón, vi caras pegadas al vidrio. Gente señalando. Mónica seguramente pensó que era algún amigo millonario queriendo lucirse.

La compuerta se abrió. Bajó la escalerilla.

Y mi corazón se detuvo cuando lo vi.

Mateo.

Traje impecable. Paso firme. Un equipo de asistentes detrás. Dos guardaespaldas. El Mateo que el mundo conocía: CEO de Salazar AeroTech, uno de esos nombres que aparecen en revistas de negocios, en foros internacionales, en titulares sobre innovación.

Pero para mí era solo mi hermano mayor.

Y cuando me vio sentada en la banqueta con el vestido blanco arrugado, su rostro cambió. De ejecutivo a hermano protector, en un parpadeo.

Cruzó el campo sin correr, pero con una prisa que se sentía como tempestad contenida. Se arrodilló a mi lado.

—Dalia… ¿qué pasó? ¿Por qué estás aquí sola?

Ahí se rompió la presa. Le conté todo. El discurso, las risas, la seguridad, la cobardía de Emilio.

Mateo apretó la mandíbula. Su voz salió baja, peligrosa.

—¿Te hicieron eso… en tu boda?

—Tal vez… tal vez tenían razón —sollozé—. Tal vez no pertenezco a ese mundo.

Mateo me tomó las manos como cuando yo era niña.

—Escúchame. Tú elegiste una vida simple porque te hace feliz. Eso no te hace menos. Te hace libre.

Levantó la mirada hacia el restaurante.

—¿Cuál de ellas es Mónica?

No alcancé a responder. Las puertas se abrieron y apareció Emilio con su familia detrás. Mónica venía con su sonrisa “encantadora”, lista para impresionar.

—Dalia, querida… —canturreó—. ¿Quién es tu… amigo?

Mateo se levantó despacio. Alto, seguro, con esa calma de quien tiene el mundo en el bolsillo pero no necesita presumirlo.

—Soy su hermano, Mateo Salazar.

La sonrisa de Mónica se ensanchó, pensando que había encontrado un nuevo trofeo social.

—¡Qué gusto! Bienvenido a nuestra celebración…

Mateo observó la mano extendida de ella un segundo eterno antes de estrecharla con la mínima fuerza necesaria.

—Mónica… he oído mucho de usted.

Emilio se adelantó, desesperado.

—Señor, soy Emilio, el esposo de Dalia. De verdad lo siento. Todo se salió de control, pero podemos arreglarlo…

—¿Podemos? —Mateo sonrió sin mostrar dientes—. Según me contó mi hermana, su familia tiene ideas muy claras de quién merece estar dónde.

Mónica rió nerviosa.

—Ay, ya sabe, las bodas… emociones…

—¿También es emoción humillar a una mujer frente a todos? —preguntó Mateo, suave.

El silencio cayó como piedra.

Mateo giró ligeramente la cabeza hacia el grupo.

—Es curioso. Porque ustedes dijeron que Dalia no pertenecía aquí por “origen” y “apariencia”. Eso me intriga.

Hizo una pausa y soltó la bomba con una tranquilidad brutal:

—Yo soy el director general de Salazar AeroTech. Tal vez les suene el nombre.

El color desapareció del rostro de Mónica. Arturo frunció el ceño… y luego lo reconoció. Regina se llevó una mano a la boca. Emilio parpadeó, como si el aire se hiciera espeso.

—¿Usted es… Mateo Salazar? —murmuró Arturo.

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