Rodrigo revisó cámaras de seguridad, y descubrió que alguien había entrado al jardín trasero sin activar alarmas, moviéndose con conocimiento de la casa.
Marina pensó en Beatriz, en Cecilia, en aliados invisibles, y sintió que el pasado no se iba, solo cambiaba de forma, buscando otra rendija.
A la mañana siguiente, Rodrigo recibió una llamada del hospital, y su rostro se endureció al escuchar, como si una antigua pesadilla hubiera regresado.
Le dijeron que Beatriz había sobrevivido al arresto y había pedido hablar con él, pero solo si Marina estaba presente, como si su silencio valiera rescate.
Rodrigo quiso negarse, pero Marina sostuvo su mirada y dijo que irían, porque esconderse ya no era opción, y la verdad debía cerrarse con fuego.
En la sala del hospital, Beatriz sonrió débil, y susurró que Cecilia no había perdido, que solo se había replegado, y que había más nombres.
Marina sintió un escalofrío cuando Beatriz mencionó “el seguro”, “la custodia” y “un documento firmado”, palabras que sonaban a trampa legal perfecta.
Rodrigo preguntó qué documento, y Beatriz rió con tos, diciendo que Alessandra firmó algo antes de morir, y que esa firma podía destruirlos todavía.
Marina comprendió que el combate apenas cambiaba de escenario, y que amar a Benjamín implicaba protegerlo de enemigos que también sabían sonreír.
Al salir, Marina apretó la mano de Rodrigo y prometió que no permitiría que el niño creciera entre mentiras, aunque la verdad doliera como vidrio.
Esa noche, Rodrigo abrió una caja fuerte olvidada y encontró un sobre con el nombre de Alessandra, y dentro, un contrato que ninguno había visto.
Marina leyó la primera línea y sintió que el suelo desaparecía: “En caso de mi muerte, la custodia preferente recaerá en Cecilia Montiel”, firmado y fechado.
Rodrigo quedó mudo, como si la voz se le hubiera roto, y Marina comprendió que la guerra real no era moral, sino legal, y había comenzado antes.
Benjamín balbuceó desde su cuna, y Marina lo tomó en brazos, jurando que nadie lo arrebataría de nuevo, aunque tuviera que enfrentar tribunales y sombras.
Rodrigo, con lágrimas contenidas, dijo que pelearían juntos, y Marina respondió que esta vez no harían solo promesas, harían estrategias, pruebas y alianzas.
Y mientras la casa dormía, una luz roja parpadeó en el router, señal de acceso remoto, como un ojo abierto en la oscuridad vigilándolos sin descanso.


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