—Bienvenida, Ava —dijo con falsa dulzura—. Espero que tu viaje haya sido productivo. Y por cierto… —hizo una pausa dramática—. Gracias a tu coche, nuestra hija está disfrutando de su viaje de lujo.
Se me cayó el alma a los pies. —¿Qué? —pregunté—. ¿Qué quieres decir con mi coche?
—Oh, no te hagas la tonta —dijo, riéndose—. Vendimos ese ridículo coche deportivo. Chloe se merecía algo bonito. Deberías estar agradecida de poder ayudar.
Mi corazón se detuvo. Por un momento, literalmente no pude respirar. Entonces algo dentro de mí se rompió; no suavemente, no en silencio, sino violentamente. Me reí. Fuerte. Histéricamente.
La cara de mi madre se torció de irritación. —¿Por qué te ríes, Ava? ¿Qué es tan gracioso?
Me sequé los ojos, preparándome para lo que estaba a punto de decir. —Mamá… no solo vendiste mi coche.
Frunció el ceño, confundida. —¿De qué estás hablando?
La miré directamente a los ojos. —Vendisteis algo que no me pertenecía en absoluto.
Su sonrisa se desvaneció. Sus labios temblaron. Su piel perdió el color. Y ahí fue donde todo comenzó realmente a desmoronarse.
Mi madre se quedó congelada, mirándome como si acabara de hablar un idioma extranjero. Mi padre, al escuchar el alboroto, entró en el pasillo y preguntó bruscamente: —¿Qué está pasando ahora?
Me volví hacia ambos, con los latidos de mi corazón estables y mi voz helada. —Ese Aventador no era legalmente mío —dijo—. Al menos, no de la forma que pensáis.
Mi padre se burló. —No seas ridícula. Tú lo compraste.
—Sí. Lo compré, pero a través de un programa de copropiedad con mi empresa.
Observé cómo sus expresiones cambiaban de la arrogancia al pánico. —Estaba registrado a mi nombre y al de la empresa. Venderlo sin autorización se considera —cuál es el término… ah, sí: hurto mayor (o gran robo).
Mi madre se tambaleó, agarrándose a la pared con la mano. —E-estás mintiendo.
—Ojalá lo estuviera —dije—. Porque en el momento en que desbloquee mi teléfono, veréis unas cuarenta llamadas perdidas y ocho correos electrónicos del departamento legal corporativo. Creen que yo vendí propiedad de la empresa sin aprobación.
A mi padre se le quebró la voz. —Ava… esto es un malentendido… ¿verdad?


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