La gente a menudo me pregunta si siento alivio o ira. La respuesta es ninguna de las dos. Me siento despierta.
Lo que me pasó no comenzó con violencia. Comenzó con pequeños desaires. Con dudas. Con silencio. Creyendo que el amor significaba resistencia.
No es así.
Mi padre no me salvó porque es poderoso. Me salvó porque se presentó, y porque el sistema funcionó cuando la evidencia se encontró con la acción. El poder sin rendición de cuentas es peligroso. La rendición de cuentas sin emociones es efectiva.
Si estás leyendo esto y te preguntas si algo en tu vida se siente “raro”, confía en ese instinto. El abuso rara vez se anuncia claramente al principio. Pone a prueba los límites silenciosamente.
Y si eres padre, amigo o hermano: presta atención. Aparecer en el momento adecuado puede cambiarlo todo.
Así que déjame preguntarte:
¿Crees que la sociedad toma la violencia doméstica lo suficientemente en serio cuando nadie muere?
¿Deberían los cómplices que fomentan el abuso enfrentar las mismas consecuencias que el abusador?
Si esta historia te conmovió, compártela. Si te hizo sentir incómodo, habla de ello. Las conversaciones son donde comienza la prevención.
Porque a veces, la tormenta que te salva es la que finalmente expone la verdad.


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