Por una fracción de segundo —apenas perceptible— su mano se detuvo a mitad de revolver. —Somos amigables. ¿Por qué?
Amigables. Claro. Asentí lentamente. —Por nada.
Por dentro, todo gritaba.
Cuando finalmente sonó el timbre, mi corazón se estrelló contra mis costillas. Mark se detuvo, espátula en mano, perdiendo el color de la cara como si alguien lo hubiera desconectado de la realidad. —¿Quién… quién podrá ser? —susurró. La culpa parpadeó en sus ojos. Mis pulmones se llenaron de fuego. —Deberías abrir —dije con frialdad.
Se secó las palmas en un trapo, tratando de ocultar el pánico que ahora le subía por el cuello. Caminó hacia la puerta, pero cuando la abrió, su mentira cuidadosamente elaborada se hizo añicos.
Allí estaba Chris. Sosteniendo una botella de vino. Usando colonia. Sonriendo como si perteneciera allí.
Entonces su sonrisa murió en el momento en que me vio parada detrás de Mark. Sus ojos se abrieron de par en par. Lo sabía. Había caído en la trampa.
Mark se giró hacia mí, con la voz quebrada. —Rebecca… puedo explicarlo…
—No te molestes —le espeté.
Chris dio un paso atrás, repentinamente pálido. —Yo… yo no sabía que ella estaría aquí.
—Oh, ¿así que sí lo extrañas? —le respondí.
El silencio ahogó la habitación. Mark cerró la puerta de golpe y arrastró a Chris hacia el pasillo. —¡No puedes estar aquí ahora mismo!
Pero me crucé de brazos. —Oh, creo que debería quedarse. Todos tenemos cosas que discutir.
Se sentaron en la mesa de la cocina: dos niños aterrorizados atrapados con dulces robados. Me senté frente a ellos, con un rayo en las venas. —¿Cuánto tiempo? —pregunté.
Mark cerró los ojos con fuerza, exhalando una confesión: —Ocho meses.
Ocho. Meses. Sentí que el número me abría el pecho.
—¿Fue físico? —pregunté, aunque una parte de mí rogaba no saberlo.
Mark vaciló, y esa vacilación fue mi respuesta. Las lágrimas me nublaron la vista, pero me negué a dejarlas caer. Todavía no.
—¿Cómo pudiste? —Se me quebró la voz—. Construimos una vida. Hicimos promesas. ¿Algo de eso fue real?
Se inclinó hacia adelante, desesperado. —Sí. Todo. Te amo. No quise…
Chris soltó una risita burlona y suave. —Me dijiste que tú y ella eran prácticamente compañeros de piso…
Mark estalló: —¡Chris, cállate!


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