Revisó los baños, preguntó a los invitados, buscó en el estacionamiento. Nada. A las 12:20 el pánico ya se había instalado. Javier y Roberto organizaron una búsqueda sistemática en todo el salón y sus alrededores. Revisaron cada rincón, cada espacio de estacionamiento, la calle adyacente.
La música se había detenido. Los invitados ayudaban en la búsqueda. A las 12:47, exactamente una hora después de su última aparición confirmada, Javier llamó al 911. La policía municipal de Cuernavaca llegó a las 1:15 de la madrugada del 23 de noviembre. Los primeros oficiales en responder fueron el comandante Luis Alberto Cortés y tres agentes más.
Comenzaron a tomar declaraciones de inmediato. El jardín donde Valentina fue vista por última vez no tenía otra salida que la puerta de acceso desde el salón. La barda que daba al estacionamiento del supermercado medía 2.20 m de alto, de concreto con remate de hierro. Para una chica de 1 65 m, vestida con un pesado vestido de quinceañera, escalarla sola habría sido extremadamente difícil, si no imposible.
Las cámaras de seguridad del salón Los jacarandas eran limitadas. Había una en la entrada principal y otra en el área de la cocina, pero ninguna enfocaba el jardín trasero. La cámara de entrada mostró a todos los invitados llegando, pero no registró ninguna salida inusual durante el periodo crítico.
El supermercado adyacente tenía una cámara en su estacionamiento, pero solo cubría el área cerca de su entrada principal, a unos 30 m de donde estaba la barda del salón. En esas grabaciones no aparecía Valentina ni ninguna actividad sospechosa. Los investigadores encontraron algo inquietante.
La tiara de Valentina no estaba en el jardín, no estaba en el salón, no estaba en ninguna parte. Había desaparecido con ella. También faltaba su teléfono celular, un Nokia básico que llevaba en una pequeña bolsa de mano. Sus zapatos de tacón, sin embargo, fueron encontrados debajo de la banca del jardín, cuidadosamente colocados uno junto al otro.
El domingo 23 de noviembre, mientras amanecía sobre Cuernavaca, la familia Ruiz enfrentaba la peor pesadilla que cualquier padre puede imaginar. Su hija había desaparecido en medio de su propia fiesta. rodeada de 200 personas que la querían y nadie sabía cómo ni por qué. Los primeros días después de la desaparición fueron un torbellino de actividad frenética.
La Fiscalía General del Estado de Morelos asumió el caso el lunes 24 de noviembre, clasificándolo como persona desaparecida bajo el número de expediente FGE 0478214. El fiscal asignado fue Víctor Manuel Reyes, un hombre de 52 años con 20 años de experiencia en casos de desapariciones y homicidios. La investigación inicial fue exhaustiva.
Se entrevistó a todos los 200 invitados de la fiesta. Se revisaron los antecedentes de la familia. Se analizaron las redes sociales de Valentina, aunque su presencia en línea era mínima. tenía una cuenta de Facebook que apenas usaba con publicaciones esporádicas sobre libros que estaba leyendo o fotos con sus amigas.
No había mensajes alarmantes, no había interacciones con extraños, no había nada que sugiriera un plan de fuga o un encuentro clandestino. El teléfono de Valentina nunca volvió a encender. Los registros de la compañía telefónica mostraron que la última actividad fue a las 11:38 de la noche del 22 de noviembre, cuando recibió un mensaje de texto de Daniela que decía, “¿Ya viste que tu prima Andrea está bailando con el novio de Carla?” “Jaja, hay drama.
” Valentina lo leyó, pero nunca respondió. Después de las 11:47, el teléfono simplemente dejó de comunicarse con las torres de celular como si se hubiera apagado o destruido. La teoría inicial de la policía fue que Valentina había huído voluntariamente. Era una narrativa conveniente.
Adolescente bajo presión académica y familiar, quizás con un novio secreto, decide escapar durante su fiesta cuando todos están distraídos. Pero esta teoría tenía problemas serios. Valentina no tenía novio, algo confirmado por todas sus amigas y comprobado en su diario personal. No había actividad en su cuenta bancaria donde tenía 3,500 pesos ahorrados de regalos de cumpleaños y Navidades anteriores.
No había evidencia de que hubiera comprado boletos de autobús, ni de que hubiera planeado irse a ningún lugar. Javier no aceptaba la teoría de la fuga. Mi hija no es así”, repetía una y otra vez a quien quisiera escuchar. Ella es responsable. Ella no dejaría a su familia así. Contrató a un investigador privado, un ex comandante de la policía judicial llamado Arturo Delgado, que comenzó su propia investigación paralela en diciembre de 2014.
Delgado se enfocó en los alrededores del salón, entrevistó a vecinos, revisó cámaras de negocios cercanos. encontró algo interesante. El conductor de un taxi que pasaba por la avenida Plan de Ayala alrededor de las 1150 de aquella noche recordaba haber visto a un hombre parado en la esquina del salón fumando un cigarro mirando hacia el edificio.
pudo dar una descripción detallada porque solo lo vio de perfil y brevemente, pero calculaba que era un hombre de entre 40 y 50 años, complexión media, vestido de manera casual. Patricia colapsó emocionalmente en enero de 2015. No podía trabajar, apenas podía comer. Pasaba horas en la habitación de Valentina, acostada en su cama, abrazando sus almohadas que aún conservaban un rastro de su perfume.
Sebastián y Camila, los hermanos menores, intentaban ser fuertes, pero estaban confundidos y asustados. Sebastián desarrolló problemas de sueño y comenzó a tener pesadillas. Camila, que había sido una niña alegre y conversadora, se volvió tímida y retraída.
Roberto fue una presencia constante durante aquellos primeros meses. Visitaba a la familia casi diariamente, ayudaba con lo que podía, acompañaba a Javier en las búsquedas. Él mismo había sido interrogado por la policía, por supuesto, como todos los familiares cercanos. Su coartada para el momento crítico de la desaparición era sólida.
Docenas de personas lo habían visto en el salón durante todo el periodo, entre las 11:30 y las 12:30. Había estado conversando con su hermano Javier, había bailado con su cuñada Silvia, había tomado fotografías con varios primos. No había manera de que pudiera haber estado involucrado directamente en la desaparición de Valentina. La búsqueda física fue igualmente intensa.
Grupos de voluntarios peinaron áreas verdes, barrancas y terrenos valdíos en Cuernavaca y alrededores. Se distribuyeron miles de volantes con la fotografía de Valentina. La imagen que eligieron mostraba a Valentina sonriendo con su uniforme escolar, su cabello largo y brillante, sus ojos llenos de vida. Desaparecida decía el volante en letras rojas.
Valentina Ruiz Sandoval, 15 años. Seguía una descripción física detallada y un número de teléfono para cualquier información. Los medios locales cubrieron el caso extensamente durante las primeras semanas. El diario de Morelos publicó varios artículos. Las estaciones de radio mencionaban el caso en sus noticieros.
Hubo una vigilia con velas en el Zócalo de Cuernavaca el 6 de diciembre a la que asistieron cientos de personas. Patricia habló ante la multitud, su voz quebrándose. Por favor, si alguien sabe algo, lo que sea, ayúdenos a encontrar a nuestra hija. Valentina, si estás escuchando esto, queremos que sepas que te amamos y que estamos buscándote. Ven a casa, mi amor. Por favor, ven a casa.
Pero conforme pasaban las semanas y luego los meses sin ningún avance significativo, la cobertura mediática comenzó a disminuir. Para marzo de 2015, el caso de Valentina había dejado de ser noticia de primera plana. La vida cruelmente continúa incluso cuando una familia está destrozada. La gente regresa a sus rutinas. Los periódicos encuentran nuevas historias que contar.
La atención pública se desvía hacia otros eventos. La familia Ruiz intentó mantener viva la búsqueda. Patricia creó una página de Facebook llamada Buscamos a Valentina Ruiz, donde publicaba actualizaciones. Compartía información sobre otras personas desaparecidas en Morelos. Organizaba eventos de concientización. Javier siguió pagando al investigador privado Delgado hasta mediados de 2016, cuando el dinero simplemente se acabó. y no había nada nuevo que investigar.
El caso oficialmente seguía abierto, pero en la práctica se había enfriado. El fiscal Reyes había sido reasignado a otros casos más recientes. El expediente de Valentina se guardó en un archivo junto con docenas de otros casos sin resolver. La dura realidad es que en México, donde miles de personas desaparecen cada año, los recursos son limitados y la atención de las autoridades tiene que dividirse entre innumerables tragedias. Los cumpleaños fueron los más difíciles.
El 22 de noviembre de 2015, primer aniversario de la desaparición, la familia organizó otra vigilia. Asistieron menos personas que la primera vez, pero los que vinieron lo hicieron con un apoyo genuino. El 22 de noviembre de 2016, segundo aniversario, la vigilia fue aún más pequeña.
Para el tercer aniversario en 2017 solo estuvieron los familiares más cercanos y algunos amigos íntimos. Patricia desarrolló un ritual en cada cumpleaños de Valentina. preparaba el pastel de chocolate con fresas que a su hija le encantaba. Ponía velas según la edad que cumpliría y cantaban las mañanitas en la mesa del comedor con un lugar vacío.
Era su manera de mantener viva la memoria de su hija, de insistir en que Valentina seguía siendo parte de la familia, aunque su silla estuviera vacía. Javier cambió de maneras más sutiles, pero igual de profundas. El hombre que había sido firme y exigente se volvió callado y distante. La ferretería seguía funcionando, pero era evidente que su corazón no estaba ahí. Aumentó de peso, descuidó su salud.
En 2017 tuvo un susto con su presión arterial que lo llevó al hospital. El doctor le dijo directamente, “Señor Ruiz, entiendo lo que está pasando, pero tiene que cuidarse. Tiene otros hijos que lo necesitan.” Y era cierto, Sebastián y Camila necesitaban a sus padres, pero en cierto sentido los habían perdido a ellos también.
Patricia estaba físicamente presente, pero emocionalmente ausente, perdida en un dolor que nunca disminuía. Javier trabajaba más horas para evitar estar en casa, donde cada rincón le recordaba a su hija desaparecida. Sebastián, que tenía 12 años cuando desapareció Valentina, ahora tenía 16 y se había vuelto un adolescente reservado con problemas de confianza.


Yo Make również polubił
— « Sans que maman ait sa part, pas de mariage ! » déclara le fiancé. La mariée prit cette phrase comme la marche à suivre… et s’enfuit.
Un millionnaire est rentré plus tôt que prévu — ce qu’il a surpris son employée de maison en train de faire avec ses enfants l’a ému aux larmes – nyny
« Papa a dit que l’entreprise familiale allait être vendue pour 40 millions de dollars. » J’ai demandé doucement : « Et qui a signé les documents ? » Il a répondu : « Summit Enterprises. » Je n’ai pas pu retenir le rire qui m’a échappé. « Papa… Summit Enterprises, c’est moi qui en suis propriétaire. » La pièce s’est effondrée dans un silence stupéfait, suspendu, sans souffle.
À 5 ans, mes parents m’ont abandonné à la récupération des bagages. Un inconnu m’a sauvé, et ce n’est qu’après sa mort que j’ai appris qu’il était un magnat discret qui m’a laissé 5,5 millions de dollars. Mes parents se sont présentés à nouveau pour me poursuivre en justice. Au tribunal, ils souriaient d’un air suffisant… jusqu’à ce que l’huissier annonce :