“¿TÚ TAMBIÉN LLORAS DE HAMBRE?”, le preguntó la mendiga al millonario y le ofreció su último pan. Lo que sucedió después dejó a todos helados…-nana – Page 2 – Recette
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“¿TÚ TAMBIÉN LLORAS DE HAMBRE?”, le preguntó la mendiga al millonario y le ofreció su último pan. Lo que sucedió después dejó a todos helados…-nana

La misma fecha.

Un hilo invisible los unía sin que ninguno lo supiera todavía.

Se llamaba Alma.

Hablaba con una calma demasiado adulta sobre haber escapado de un orfanato abusivo, sobre dormir donde no hubiera hombres peligrosos, sobre sobrevivir día a día.

Algo dentro de Sebastián cambió, como si una puerta que llevaba años cerrada se abriera con un crujido.

No podía dejarla ahí, no podía volver a entrar a su torre de vidrio fingiendo que no la había visto.

Ignorando las miradas de los transeúntes y, después, las de sus propios empleados, Sebastián se llevó a la niña consigo hacia la torre de NovaPay.

Cuando las puertas giratorias se cerraron detrás de ellos, sintió que acababa de tocar una verdad capaz de destruir todo lo que creía saber.

En su oficina, su asistente Rosa, visiblemente conmovida, llevó a Alma a una sala privada y le ofreció una taza de chocolate caliente.

La niña miraba el lugar con asombro, como quien entra a un mundo donde el piso no tiene grietas.

La paz se rompió cuando la puerta se abrió de golpe.

Entró Elea Rojas, madre de Sebastián y presidenta del consejo, elegante, fría, imponente, como una cuchilla bien pulida.

—¿Qué es esta tontería? —espetó, mirando a Alma con desprecio—. Los inversionistas esperan, y tú juegas a salvador de una niña callejera.

—Llama a seguridad —ordenó—. Que la saquen de aquí.

Alma se echó hacia atrás en el sofá, con los ojos clavados en Elea, como si reconociera el peligro en la voz más que en el rostro.

Entonces Rosa dejó caer una carpeta por accidente, y los papeles se dispersaron por el suelo como si el aire los empujara.

Una fotografía se deslizó hasta quedar a la vista.

Alma jadeó y se lanzó hacia delante.

—¡Esa es mi mamá! —gritó—. ¡Es ella!

Sebastián la recogió con manos temblorosas y sintió que el corazón le martillaba la garganta.

La credencial decía: María Calderó — Personal de limpieza nocturna, y el logo de NovaPay brillaba arriba como una burla.

—Yo trabajé aquí —dijo Alma con urgencia—. Siempre decía que limpiaba un edificio con un logo de árbol. ¡Este, este es!

La reacción de Elea fue explosiva, demasiado rápida, demasiado feroz para ser casual.

Le arrebató la foto a Sebastián y la rasgó en dos.

—A esa mujer la despidieron hace un año —ladró—. Era incompetente. Basta de esta estupidez.

Su furia era demasiado intensa para una simple empleada.

¿Por qué tanto odio hacia una mujer de limpieza, y por qué su desaparición coincidía exactamente con el día en que Sebastián perdió a Lucas?

Esa noche, Sebastián llevó a Alma a su casa, jurándose descubrir la verdad, cueste lo que cueste.

Mientras la niña dormía en una cama demasiado grande para su cuerpo pequeño, él estudió su rostro en la penumbra.

La curva de sus cejas.

El hoyuelo en su mejilla.

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