Cinco días después, llegaron los resultados. Tobias rasgó el sobre en el estudio de su padre. La ciudad se extendía detrás de ellos en una bruma invernal. Jaxon permanecía inmóvil junto a la ventana. August estaba sentado rígidamente en el borde de su escritorio pulido.
Tobias leyó el papel lentamente. —Probabilidad de paternidad: Noventa y nueve punto noventa y siete por ciento.
Jaxon cerró los ojos, tomando aire bruscamente. August se hundió en su silla.
—Lo siento —susurró August—. Les fallé a ambos.
Jaxon no respondió de inmediato. Su expresión vaciló entre dolor, alivio, resentimiento y algo que parecía agotamiento. —¿Y ahora qué?
August juntó las manos. —Si lo aceptas, quiero apoyarte. Vivienda, escuela, lo que necesites. Y quiero que seas parte de esta familia.
La voz de Jaxon se quebró. —No quiero caridad. Quiero una oportunidad de tener la vida que debería haber tenido.
Tobias se acercó, gentilmente. —Entonces empecemos por ahí. No podemos cambiar lo que pasó. Pero podemos cambiar hacia dónde van las cosas desde aquí.
Durante las siguientes semanas, a Jaxon se le dio una suite en el hotel mientras se procesaban los documentos legales. Un trabajador social ayudó con el papeleo para verificar su identidad. Terapeutas evaluaron los años de trauma que había soportado. Aprendió a dormir en una cama de verdad otra vez, aunque a menudo despertaba sobresaltado. Aprendió a comer sin prisas, aunque sus manos a veces temblaban alrededor de los cubiertos. Aprendió a confiar. Lentamente.
Tobias se quedó a su lado. Desayunaban juntos. Exploraban vecindarios. Pasaban horas hablando de música, libros y de su madre. Jaxon casi no tenía recuerdos de ella, solo el leve murmullo de su voz y el aroma a lavanda que solía usar. Tobias completó las piezas faltantes. A cambio, Jaxon describió cómo había sido su vida en refugios, edificios abandonados y fríos huecos de escalera. Tobias escuchó sin juzgar.
Una noche, ambos chicos estaban parados en la terraza de la azotea del hotel, donde la ciudad brillaba bajo ellos como un mar de oro fundido. Jaxon se frotó los brazos contra la brisa fría.
—Solía evitar a la gente como tú —murmuró—. Gente que lo tenía todo.
Tobias asintió. —Yo solía evitar pensar en gente como tú. Pensaba que vivían en un mundo completamente diferente.
Jaxon soltó una pequeña risa, cansada pero real. —Parece que los mundos eran el mismo después de todo.


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