—Esta canción… me mantuvo viva —dijo, y su voz tembló un poco—. Y hoy… la canto porque estoy aquí.
Cantó:
Eres mi sol, mi único sol…
Me haces feliz cuando el cielo está gris…
No fue perfecto. Hubo notas quebradas. Hubo un silencio en medio de un verso cuando la emoción la ahogó. Pero fue verdadero. Y la verdad, cuando se canta, no necesita adornos.
Al terminar, nadie aplaudió al instante. Parecía que todos tenían que recordar cómo se vuelve al ruido después de una oración. Luego, el aplauso creció, suave, y terminó en una ovación de pie.
A la salida, la lluvia ya había mojado la banqueta. Leo corrió saltando charcos. Alejandro abrió una sombrilla… y luego la cerró.
Daniela lo miró, divertida.
—¿Y la sombrilla?
Alejandro sonrió, tomando su mano.
—Ya no —dijo—. Ya no tenemos que escondernos de nada.
Leo volvió corriendo y tomó la mano libre de Daniela. Los tres caminaron bajo la lluvia, sin prisa, empapándose un poco, riéndose con esa risa que sólo existe cuando el cuerpo se atreve a creer otra vez.
Las huellas que dejaron en el pavimento se borraron con el agua. Pero ellos no.
Porque algunas personas no se van.
Sólo están esperando a que alguien, por fin, se detenga… y las encuentre.


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