Soñaba que Joaquín aparecía en su casa y le decía que el favor no había terminado, que necesitaba más cosas. Soñaba que Patricia descubría la mochila. y le preguntaba qué había dentro. Sus pesadillas no estaban tan lejos de la realidad. Exactamente dos semanas después, el mismo hombre joven regresó al puesto de tacos.
Mateo le entregó la mochila sin hacer preguntas. El hombre la revisó rápidamente, asintió y se fue. Joaquín dice que gracias, que están a mano. Y ese fue todo. La mochila desapareció de la vida de Mateo tan rápidamente como había llegado, pero el miedo no se fue con ella. Pasaron tres meses.
Mateo seguía trabajando en su puesto de tacos, seguía manteniendo a su familia, seguía fingiendo que todo era normal, pero algo había cambiado en él. Ya no sonreía tanto con los clientes, ya no hacía bromas con su primo Ramiro, ya no dormía bien por las noches. Patricia fue la primera en notarlo. Mateo, ¿qué te pasa? Has estado muy extraño desde hace meses. No me pasa nada, Patti.
Si te pasa algo, estás más callado, más nervioso. ¿Tienes problemas con el negocio? No. Problemas con alguna muchacha. No. Entonces, ¿qué? Mateo la miró. Su hermana había crecido mucho en los últimos años. Ya no era la niña que él recordaba cuando comenzó a trabajar vendiendo tacos. Ahora era una mujer joven, inteligente, que estaba terminando la carrera de contabilidad, que tenía novio, que tenía planes para su vida.
Paat le dijo finalmente, “Si algún día te dijera que tenemos que irnos de Culiacán, ¿conías en mí?” La pregunta sorprendió a Patricia. “Irnos, ¿por qué nos iríamos? Solo dime, ¿conías en mí?” “Por supuesto que confiaría en ti. Tú siempre has cuidado de nosotras, pero ¿por qué me preguntas eso?” “Por nada.
” Solo quería saber, pero no era por nada. Mateo sabía que algún día Joaquín podría regresar, sabía que un favor podría convertirse en dos y dos en cinco y cinco en una vida entera de ser cómplice de cosas que no quería ser cómplice. Y tenía razón. 6 meses después, en agosto del 2017, Megé Joaquín regresó. Esta vez no llegó en camioneta, llegó en un carro sedán normal, manejando él mismo, vestido de nuevo con ropa sencilla.
Se acercó al puesto de tacos como un cliente cualquiera y pidió tres tacos de carnitas. Hola, Mateo. Señor Joaquín, ¿cómo has estado? Bien, señor. Joaquín pagó los tacos y se sentó en uno de los bancos. Comió en silencio durante varios minutos. Mateo siguió trabajando, pero sentía la presión de esa presencia. Sabía que esta visita no era social. Mateo, dijo finalmente Joaquín, ¿recuerdas lo que te dije la última vez? Que después del favor estaríamos a mano y nunca más nos volveríamos a ver. El corazón de Mateo se hundió. Sí, señor.
Bueno, las cosas cambiaron. ¿Cómo cambiaron? Tengo algunos problemas. problemas grandes y necesito gente en la que pueda confiar. Señor, yo no sé nada de esos problemas. Yo solo vendo tacos. Joaquín sonríó tristemente. Lo sé, Mateo.
Por eso necesito tu ayuda, porque eres invisible, porque nadie sospecha de un taquero. ¿Qué necesita que haga? Nada complicado. Solo necesito que recibas algunas llamadas para mí. De vez en cuando alguien va a marcar a tu teléfono, va a preguntar por Joaquín. Tú vas a tomar el mensaje y me lo vas a pasar. Eso es todo. Eso es todo. Mateo sabía que no era todo.
Sabía que nunca era solo eso con gente como Joaquín, pero también sabía que no tenía opción de decir que no. ¿Por cuánto tiempo? No mucho, unas semanas, tal vez un mes y después te vas a olvidar de que me conoces. Joaquín le dio un celular nuevo, un modelo básico con solo la función de llamadas. Solo prendes este teléfono dos veces al día, al mediodía y a medianoche.
Si hay mensajes, me marcas al número que ya tienes guardado. Si no hay mensajes, apagas el teléfono y te olvidas de él. hasta la siguiente revisión. Mateo tomó el teléfono. Era pequeño, liviano, pero se sintió como un yunque en sus manos. Y si alguien pregunta por este teléfono, nadie va a preguntar. Eres un vendedor de tacos. ¿Quién va a sospechar de ti? Joaquín terminó sus tacos, se levantó y se fue.
Mateo se quedó con el teléfono en el bolsillo, sintiendo como si acabara de firmar su sentencia de muerte. Durante las siguientes tres semanas, Mateo prendía el teléfono dos veces al día religiosamente. La mayoría de las veces no había mensajes, pero ocasionalmente había llamadas perdidas, mensajes de voz cortos con códigos que Mateo no entendía, pero que pasaba fielmente a Joaquín. Dile que el paquete llegó. Dile que el camino está limpio.
Dile que el problema se resolvió. Mateo no quería saber qué significaban esos mensajes. No quería saber qué paquetes, qué caminos, qué problemas. Solo quería que todo terminara. Y entonces, una noche de septiembre, el teléfono sonó mientras Mateo estaba revisando mensajes.
Bueno, ¿está Joaquín? No, pero le puedo dar un mensaje. Dígale que se cancela todo. Dígale que lo traicionaron. Dígale que salga de donde esté ahora mismo. La línea se cortó. Mateo se quedó mirando el teléfono, sintiendo que algo muy malo acababa de pasar. Marcó inmediatamente a Joaquín. ¿Qué pasó? Alguien habló.
dijo que lo traicionaron, que saliera de donde estuviera. Hubo silencio del otro lado de la línea, un silencio largo pesado. Mateo dijo finalmente Joaquín, destruye ese teléfono ahora. Québralo. Qué malo. Desaste de él. ¿Qué está pasando? Nada que tengas que saber. Solo destruye el teléfono y olvídate de que existió.
Y usted, yo me voy a encargar de mis asuntos. Tú cuida a tu familia. La llamada se cortó. Mateo quebró el teléfono con un martillo, quemó los pedazos en un bote de basura y se fue a su casa. Esa noche no durmió. Tenía el presentimiento de que algo terrible iba a pasar y tenía razón. Tres días después, los periódicos reportaron que Joaquín el Chapo Guzmán había sido recapturado en Los Mochis, Sinaloa, después de un operativo conjunto entre el ejército mexicano y la DEA.
Las fotografías mostraban al narcotraficante más buscado del mundo esposado, siendo subido a un helicóptero militar. Mateo vio las noticias en la televisión de un restaurant mientras comía. sintió una mezcla extraña de alivio y terror. Alivio porque Joaquín ya no podría pedirle más favores.
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Terror porque no sabía si alguien vendría a buscarlo por lo que había hecho. Pero nadie vino. Los días pasaron, luego las semanas, luego los meses. La vida de Mateo volvió lentamente a la normalidad. Su puesto de tacos siguió funcionando. Patricia se graduó de contabilista. Doña Carmen siguió estable de salud. Pasaron 2 años.
Joaquín fue extraditado a Estados Unidos. Los periódicos siguieron su juicio en Nueva York. Mateo leía las noticias con una fascinación morbosa, recordando a aquel hombre tranquilo que había comido tacos en su puesto aquella noche de febrero del 2012. En julio del 2019, Joaquín el Chapo Guzmán fue condenado a cadena perpetua en una prisión de máxima seguridad en Estados Unidos.
Los periódicos dijeron que nunca saldría de prisión, que moriría encerrado. Mateo leyó la noticia y sintió que un capítulo de su vida finalmente se cerraba. Joaquín estaba encerrado para siempre. ya no podría pedirle más favores, ya no tendría que vivir con miedo de que alguien tocara a su puerta para cobrarse deudas del pasado, pero se equivocaba.
En diciembre del 2019, tres hombres jóvenes llegaron al puesto de tacos de Mateo. Era viernes por la noche, había mucho movimiento, clientes haciendo fila. Los tres hombres no hicieron fila. Se acercaron directamente al mostrador. ¿Eres Mateo Santos? Sí. ¿En qué les puedo servir? Necesitamos hablar contigo.
Algo en su tono le dijo a Mateo que no era para pedir tacos. Ahora estoy trabajando. Si quieren hablar, pueden esperar a que cierre. No podemos esperar. Uno de ellos, el más alto, se acercó más al mostrador. Sabemos que conocías a Joaquín. Sabemos que él te pedía favores. Ahora que él no está, trabajas para nosotros. Mateo sintió que el mundo se le venía encima otra vez.
Había creído que con la captura de Joaquín todo había terminado, pero la organización seguía funcionando y alguien había decidido que él era un recurso valioso. No sé de qué me hablan, dijo Mateo tratando de mantener la calma. El hombre sonríó. Mateo, no somos tontos. Sabemos exactamente lo que hiciste para Joaquín. La mochila, los teléfonos, los mensajes, todo eso.
Fue hace mucho tiempo. El tiempo no borra las deudas que quieren. Lo mismo que quería Joaquín, alguien invisible, alguien en quien confiar. Mateo miró alrededor. Sus clientes empezaban a notar la tensión. Algunos se alejaban. No podía hacer una escena, no podía permitir que todo el barrio supiera que tenía problemas con narcos.
No, aquí, dijo finalmente, después de que cierre, los tres hombres se fueron. Pero Mateo sabía que regresarían y sabía que esta vez no iba a ser solo guardar una mochila o recibir algunas llamadas. Estas eran personas diferentes, más jóvenes, más desesperadas, más violentas que Joaquín. Esa noche, después de cerrar, Mateo no fue a su casa.
Se fue a un bar en el centro de la ciudad y se bebió tres cervezas mientras pensaba en sus opciones. Podía huir, tomar a su familia y desaparecer. Podía ir a la policía, aunque sabía que eso probablemente lo mataría. Oeste podía hacer lo que siempre había hecho, aceptar, cooperar, esperar que eventualmente todo terminara, pero esta vez era diferente. Joaquín había tenido cierto código, cierta clase.
Estos hombres jóvenes no tenían eso. Estos harían cualquier cosa, pedirían cualquier cosa, no tendrían límites. Mateo tomó una decisión. Al día siguiente, sábado por la mañana, despertó a su madre y a su hermana temprano. ¿Qué pasa, Mateo?, preguntó doña Carmen.
¿Por qué nos despiertas tan temprano? Nos vamos de viaje, dijo Mateo. Hoy mismo, ¿a dónde?, preguntó Patricia. A Tijuana. Tengo un amigo allá que me puede conseguir trabajo en un taller mecánico. Pero, ¿por qué tan repentino? Insistió su hermana. Mateo había pasado toda la noche preparando esa explicación. Porque me ofrecieron mucho dinero, pero tengo que estar allá el lunes. Es la oportunidad de mi vida.
Patricia lo miró con suspicacia. ¿Qué tipo de trabajo? Trabajo honesto en un taller grande con prestaciones, con seguro médico para mamá. La mención del seguro médico convenció a doña Carmen. Ella sabía lo caro que era mantener sus medicamentos y el puesto de tacos. Le dije a Ramiro que se quedara con él, que era suyo. Patricia seguía sospechando, pero no dijo más.
En tres horas tenían todo empacado en dos maletas viejas. Mateo cerró su cuenta de banco, vendió su plancha y sus ollas a un vecino por mucho menos de lo que valían, y compró tres boletos de autobús a Tijuana. Cuando el autobús salió de la estación de Culiacán esa tarde, Mateo miró por la ventana hacia la ciudad, que había sido su hogar toda su vida.
Sabía que nunca regresaría. Sabía que los tres hombres jóvenes lo buscarían. Se darían cuenta de que había huído, tal vez irían tras él. Pero también sabía que en Tijuana, en una ciudad de 2 millones de personas, un exvendedor de tacos de Culiacán podía desaparecer, podía convertirse en otra persona, podía empezar de nuevo.
Patricia se quedó dormida en su hombro durante el viaje. Doña Carmen miraba el paisaje pasar por la ventana sin hacer preguntas y Mateo pensó en todo lo que había perdido por ayudar a un desconocido una noche de febrero del 2012. Había perdido su negocio, su ciudad, su vida.
Había perdido la tranquilidad, había perdido la inocencia. Había aprendido que en Sinaloa un solo favor puede cambiarte la vida para siempre. Había aprendido que a veces hacer lo correcto en el momento equivocado puede convertirse en la peor decisión de tu vida. Pero también había salvado a su familia. También había escapado antes de que fuera demasiado tarde.
También había aprendido que el precio de la libertad a veces es abandonar todo lo que conoces. El autobús llegó a Tijuana a medianoche. Mateo, doña Carmen y Patricia se bajaron en la central de autobuses con sus dos maletas y 15,000 pesos que Mateo había logrado juntar de la venta de todo lo que tenía. ¿Y ahora qué? Preguntó Patricia. Ahora empezamos de nuevo”, dijo Mateo. Y lo hicieron.
Mateo encontró trabajo en un taller mecánico en la colonia Mariano Matamoros. Patricia consiguió empleo como auxiliar contable en una empresa de maquiladoras. Doña Carmen se adaptó lentamente a la nueva ciudad. Nunca más volvieron a hablar de Culiacán. Nunca más volvieron a hablar de por qué se habían ido tan repentinamente.


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