Es un gusano de cifrado polimórfico con una máscara de denegación de servicio distribuida.
No puedes detenerlo porque estás buscando en el lugar equivocado, pero yo sí. Toda la sala quedó en silencio.
Este niño, el hijo de esta pobre criada, afirmaba poder hacer lo que los mejores hackers del mundo no podían.
Y mientras Noah caminaba hacia la computadora principal con tranquila confianza, mientras sus dedos comenzaban a moverse por el teclado a una velocidad nunca vista, todos se dieron cuenta de que estaban a punto de presenciar algo imposible, algo que lo cambiaría todo.
Pero para entender cómo llegamos a este momento increíble, necesitamos retroceder.
Al principio. De vuelta a cuando Gregory Thompson lo tenía todo y estaba a punto de perderlo todo.
Tres meses antes, Gregory Thompson, sentado en su despacho del piso 50 de la Torre Thompson en Manhattan, revisaba con satisfacción sus informes financieros.
A los 48 años, había convertido Thompson Industries de la nada en un imperio tecnológico valorado en más de 3 mil millones de dólares.
Su empresa desarrollaba software para bancos, hospitales y gobiernos de todo el mundo. Era respetado, poderoso e increíblemente rico.
Su vida era exactamente como siempre había soñado. Pero Gregory tenía una debilidad que desconocía. Confiaba en la gente equivocada.
Su director de tecnología, Victor Hayes, llevaba 10 años en la empresa. Victor era brillante, encantador y completamente leal.
O eso creía Gregory. Lo que Gregory no sabía era que Victor llevaba años vendiendo información de la empresa en secreto a la competencia.
Y ahora Victor tenía planes más ambiciosos.
Planes que implicaban robarle todo a Gregory. Gloria Martínez había trabajado como limpiadora en la Torre Thompson durante cinco años.
Era una madre soltera y trabajadora que emigró de México a los 20 años con la esperanza de construir una vida mejor para ella y su hijo.
Trabajaba en el turno de noche limpiando oficinas después de que todos se fueran a casa.
El sueldo no era muy alto, pero era un trabajo honesto que le permitía estar en casa con Noah durante el día mientras él estudiaba en línea.
Noah era diferente a cualquier otro niño que Gloria hubiera conocido. Desde que aprendió a caminar, le atraía cualquier cosa con botones o pantallas.
A los cinco años, desarmó el televisor familiar para ver cómo funcionaba y, de alguna manera, logró volver a armarlo.
A los siete años, aprendía programación informática por su cuenta con tutoriales gratuitos de la biblioteca.
A los nueve, había construido su propia computadora con piezas desechadas que encontró en contenedores de basura detrás de tiendas de electrónica.
Gloria no entendía la obsesión de su hijo por la tecnología, pero la apoyaba lo mejor que podía. No podía permitirse computadoras sofisticadas ni clases costosas, pero se aseguró de que Noah tuviera acceso a internet en su pequeño apartamento.


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