Cuando Doña Elvira abrió la puerta, reconoció a Santiago de inmediato. No dijo nada, solo inclinó la cabeza. “Encontré la caja de metal,” dijo Santiago.
Santiago había comenzado su oficio como “cuidador de tumbas” a los 25 años. El nombre sonaba lúgubre, pero en realidad, su trabajo consistía en limpiar, cuidar y encender veladoras en las tumbas olvidadas o de aquellos cuyos familiares vivían lejos.
Cinco años atrás, una mujer llamada Elvira, vestida elegantemente y con el rostro casi oculto por un sombrero de ala ancha y lentes oscuros, lo buscó por recomendación del administrador del panteón. Lo contrató para cuidar una sola tumba, ubicada en un rincón apartado del panteón del pueblo de San Miguel.
El acuerdo era sumamente extraño:
Santiago debía cuidar esa tumba como si fuera el lugar de descanso de un familiar cercano. El sitio debía estar siempre impecable, sin una sola hierba mala. Y lo más particular: Doña Elvira exigió que la tumba no tuviera ningún nombre grabado.
“Si alguien pregunta, solo di que es la Tumba Sin Nombre. Por el pago, te daré diez veces la tarifa del mercado,” dijo Doña Elvira, con una voz ronca y gastada.
Y cumplió su palabra. Cada mes, el pago llegaba a la cuenta de Santiago puntualmente, sin faltar un solo peso.
Durante cinco años, Santiago transformó ese pedazo de tierra árida en un pequeño jardín: plantó un arbusto de buganvillas detrás de la lápida, colocó una maceta con cempasúchil fresco cada semana, y cubrió el suelo con pequeñas piedras de río.


Yo Make również polubił
J’étais sur le point d’être licencié pour avoir aidé un vieil homme tombé ! C’est alors que le PDG est arrivé et l’a appelé « Papa ! »…
Mon père a crié : « Tu ne fais que prendre ! Tu n’as jamais rien donné à cette famille ! » Puis il m’a dit de partir si j’avais encore un peu de fierté. Alors je suis parti, en silence. Un mois plus tard
« Ne t’attends à personne », m’a écrit mon père pour mon anniversaire. Puis j’ai vu la photo de groupe : ils étaient tous en vacances à Miami. Légende : « Enfin réunis ! » J’ai juste répondu par SMS : « Quelle coïncidence ! » Ce soir-là, j’ai bloqué toutes mes dépenses. Le lendemain matin, mon téléphone affichait 28 appels manqués.
Le fils du milliardaire souffrait atrocement… jusqu’au jour où la nounou sortit quelque chose de mystérieux de sa tête.