Santiago buscó en su memoria. Recordaba esa foto perfectamente. Fue tomada durante la Navidad cuando tenía 5 años, en el patio de su antigua casa. Su madre, una mujer dulce llamada Elena, la había tomado. Poco después, él y su madre se mudaron, dejando atrás esa casa y al padre irresponsable que los había abandonado.
Su madre le había dicho que su padre, Arturo, era un alcohólico que se había marchado sin dejar rastro. Santiago creció odiando a ese hombre que nunca conoció.
Pero, si la persona enterrada aquí era un extraño, ¿por qué usar su foto? Si era una broma, era demasiado cruel.
Santiago tomó una decisión. Tenía que saber quién yacía bajo esa tierra.
Con una pequeña pala, cavó con cuidado alrededor de la base de la lápida. Pronto descubrió una losa de piedra que estaba suelta. La levantó.
Debajo no había tierra, sino una caja de metal sellada. El sudor perlaba su frente. Usó sus herramientas para forzar la cerradura.
Dentro había un diario con cubierta de cuero, una vieja credencial de prensa y un papel doblado en cuatro.
Santiago, temblando, desdobló el papel. Era un Acta de Defunción.
Nombre del fallecido: Arturo Vargas. Fecha de defunción: Hace cinco años, coincidiendo exactamente con el día en que Santiago fue contratado. Relación con Santiago: Padre.
Santiago cayó de rodillas. Su padre. El hombre que lo había abandonado, el que siempre creyó que vivía como un vagabundo en algún lugar, había estado bajo sus pies durante cinco años.
Pero, ¿por qué una tumba sin nombre? ¿Por qué usar su foto?
Santiago abrió el diario. Era el diario de Arturo.
El diario contaba una tragedia que nadie conocía.
Arturo Vargas no había abandonado a su familia por el alcohol. Era un periodista de investigación que había destapado una red de contrabando de artefactos prehispánicos, una red que involucraba a un político muy poderoso.
Extracto del diario, 12 de mayo de 2018 (cinco años atrás):
“Hoy se enteraron. Vinieron a la casa, buscando a Elena y a mi Santi. Sé que no puedo escapar, pero tengo que proteger a mi hijo. Elena, mi amor, tienes que escucharme. Debes decirle a Santiago que me fui por la bebida. Debes borrar todo rastro de mí. Si él sabe la verdad, su vida estará en peligro para siempre.”
Extracto del diario, 15 de mayo de 2018:
“Estoy escondido. He contactado a Elvira, mi prima. Ella me ayudará. El plan es fingir mi muerte. No quiero que mi identidad aparezca en la lápida. Elena se encargará del dinero. Santiago necesita crecer en paz, no con miedo.”
Última entrada del diario (escrita con letra temblorosa):
“Sé que no me queda mucho tiempo. Elena, guarda esta foto, la de Santi sonriendo sin dientes en Navidad. Es por él, por esa sonrisa, que he luchado. No podré verlo crecer, pero quiero que esa foto esté en mi tumba. Una Tumba Sin Nombre. Para que cuando crezca, y cuando sea seguro contarle la verdad, él sepa que el hombre que yace aquí siempre estuvo a su lado, y murió por él. Nadie podrá encontrarme, porque ni siquiera mi propio hijo sabrá quién soy. Protege a Santiago. Te amo a ti y a nuestro hijo.”
Santiago se derrumbó. Los recuerdos de su infancia regresaron de golpe. Las mentiras de su madre no eran por odio, sino un escudo protector. El padre que odiaba por su irresponsabilidad resultó ser un héroe que sacrificó su identidad y su vida para que él pudiera tener una vida normal.
Doña Elvira, la mujer del sombrero, era su tía, la encargada de ejecutar este último plan de protección.
Santiago fue a la dirección de su tía Elvira. Ya no parecía conmocionado; en su lugar, había una calma aterradora.
Cuando Elvira abrió la puerta, lo reconoció de inmediato. No dijo nada, solo inclinó la cabeza.
“Encontré la caja de metal,” dijo Santiago.
Elvira suspiró y lo invitó a pasar. “Sabía que este día llegaría. Tu madre quería que lo supieras, pero tenía miedo. Miedo de que cargaras con el peso de la verdad.”
“Tía… ¿por qué yo? ¿Por qué contratar al propio hijo para cuidar la tumba de su padre?” preguntó Santiago, con un nudo en la garganta.
Elvira le sirvió un vaso de agua de jamaica y lo puso frente a él.
“Fue idea de tu madre. Quería que tú y tu padre tuvieran una conexión, una cercanía silenciosa, sin el dolor de la verdad. Quería que cuidaras de tu padre con tus propias manos, incluso mientras lo odiabas. Quería redimir su mentira dándote el trabajo más significativo de tu vida.”
Elvira sacó otra carta, con una inscripción: “Para Santiago, mi hijo.”
Santiago leyó la carta de su madre mientras las lágrimas corrían por su rostro. Su madre escribía sobre la agonía de mentirle, sobre la soledad de saber que su esposo yacía tan cerca sin poder visitarlo públicamente, y sobre la esperanza de que él entendiera el sacrificio.
“Tu madre te está esperando en la casa vieja. Dijo que cuando supieras la verdad, querrías volver al lugar donde tu padre vivió, para entenderlo mejor.”
Santiago abrazó la caja de metal. La foto del niño chimuelo en la lápida ya no era un misterio espeluznante, sino un símbolo de amor infinito.
Se puso de pie y miró a su tía. “Tengo que ir con mi madre.”


Yo Make również polubił
Soupe de tripes de bœuf maison, façon traditionnelle
Personne ne comprenait ce que faisait là cette vieille Japonaise millionnaire, en train de dîner seule, jusqu’à ce que la serveuse la plus invisible du restaurant décide de lui parler dans la seule langue que personne ne s’attendait à entendre là.
Les meilleurs aliments pour soutenir et nettoyer naturellement le foie
Après la césarienne, j’étais trop faible pour me tenir debout. Ma mère m’a dit : « Repose-toi, je m’occupe du bébé. » Le lendemain matin, à mon réveil, j’ai senti que quelque chose n’allait pas. Le berceau de mon bébé était silencieux… et ma mère avait disparu. Quand je l’ai appelée, elle a dit calmement : « Ta sœur avait besoin de moi. » Puis elle a raccroché. Quelques minutes plus tard, les mots du médecin m’ont paralysée… et ce que j’ai fait ensuite a fait en sorte qu’elle n’oublie jamais ce jour-là.