Para La Viuda, Su Patrona Solo Dejó Una Casa De Barro Como Pago Por 12 Años De Trabajo — pero… – Recette
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Para La Viuda, Su Patrona Solo Dejó Una Casa De Barro Como Pago Por 12 Años De Trabajo — pero…

Al amanecer, Doña Esperanza exhaló por última vez. María le cerró los ojos con manos temblorosas, acomodó la sábana como le había enseñado su madre y se quedó sentada junto a la cama, rezando bajito, sin lágrimas. Era un vacío raro: había perdido a alguien que nunca fue cariñosa, pero a quien entregó su vida.

Los hijos llegaron al día siguiente.

No preguntaron “¿cómo murió?”. No preguntaron “¿sufrió?”. Arturo fue directo al despacho a revisar papeles. Lorena recorrió la casa tocando muebles, calculando en silencio. Iván pidió café y habló por teléfono sobre vender el coche “en cuanto acabe el trámite”.

María organizó el velorio como si todavía estuviera trabajando: flores, velas, café para los asistentes, sillas bien alineadas. Nadie le agradeció. En el funeral, los tres permanecieron rígidos frente al ataúd, más atentos a las cámaras que a la madera.

La verdadera tormenta comenzó tres días después, en la oficina del licenciado Monterrubio, un abogado de bigote gris, modales antiguos y ojos que miraban como si ya supiera de qué estaba hecho cada quien.

—Siéntese, señora María —dijo, señalando una silla al fondo—. Usted también está incluida en el testamento.

Los hermanos giraron la cabeza al mismo tiempo. Lorena arqueó una ceja perfecta. Iván soltó una risita. Arturo se limitó a fruncir el ceño, como si la presencia de María fuera un error administrativo.

El abogado leyó con voz pareja:

—Para Arturo Villarreal, la casona del centro valuada en tres millones, más cuentas bancarias… Para Lorena, el departamento en Guadalajara, el Mercedes, joyas familiares… Para Iván, el rancho de recreo en Aguascalientes e inversiones.

María escuchaba como quien oye llover. No esperaba mansiones. Quizá un dinero suficiente para la escuela de los niños. Quizá un colchón, un comedor viejo, algo. Entonces Monterrubio carraspeó y pasó la página.

—Para María Luisa Reyes, empleada fiel durante doce años, Doña Esperanza deja en propiedad completa el terreno y construcción ubicados en el kilómetro dieciocho de la carretera al Valle de Guadalupe, extensión de dos hectáreas.

Hubo un silencio de tres segundos. Y después, la carcajada de Iván rebotó en las paredes.

—¿La casa de barro? —se burló—. ¡La choza donde mi madre guardaba porquerías!

Lorena sonrió sin taparse.

—Eso no vale ni para gallinero —dijo—. No tiene agua, no tiene luz. Es un basurero en medio de nada.

Arturo se acercó a María en el pasillo, bloqueándole el paso. Olía a loción cara y amenaza.

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