Un Joven Taquero Salvó a El Chapo de un Retén… Años Después el Cártel Vino por Él – Page 2 – Recette
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Un Joven Taquero Salvó a El Chapo de un Retén… Años Después el Cártel Vino por Él

Y en Sinaloa, cuando un hombre adulto le tiene miedo al ejército, generalmente es porque tiene razones muy serias para tenerlo. “Señor, ¿está usted bien?”, preguntó Mateo. El hombre no respondió. Sacó su celular, marcó rápidamente. El plan se canceló. Hay retén en revolución. No, no puedo salir. Están bloqueando todo el perímetro. Búscame otra salida.

Ya colgó y se quedó parado junto al carrito de tacos, mirando hacia el retén que se acercaba lentamente. Los soldados estaban checando cada vehículo, cada persona que pasaba. Era un operativo grande, no una revisión rutinaria. Mateo entendió en ese momento que su cliente no era un hombre común.

La forma en que hablaba por teléfono, su nerviosismo ante los soldados, la cantidad de dinero que traía, las preguntas que había hecho, todo empezó a tener sentido. Este hombre era alguien que no podía permitirse ser revisado por el ejército. Y entonces, sin saber exactamente por qué, Mateo tomó una decisión que cambiaría su vida para siempre.

Señor”, le dijo en voz baja, “si necesita salirse de aquí, yo lo puedo ayudar.” El hombre lo miró fijamente. ¿Cómo? Conozco esta zona como la palma de mi mano. Sé cómo salir sin pasar por las calles principales, pero tendría que venir conmigo. El hombre dudó por un momento. En sus ojos, Mateo pudo ver que estaba calculando riesgos, opciones, consecuencias.

Finalmente asintió. ¿Qué necesitas que haga? Ayúdeme a guardar todo rápido y lo saco por la parte de atrás del mercado. Hay un callejón que da a la calle Hidalgo. Está a ocho cuadras del retén. Sin hacer más preguntas, el hombre comenzó a ayudar a Mateo a guardar las ollas, las salsas.

Todo el equipo del puesto de tacos. trabajaron en silencio rápidamente, mientras el sonido de las botas militares se acercaba cada vez más. Mateo pudo escuchar a los soldados gritando órdenes, el ladrido de perros, el crujir de los radios. Cuando terminaron de guardar todo, Mateo empujó su carrito hacia un callejón estrecho que corría detrás de los locales comerciales. Era un pasaje que apenas conocían los que vivían en la zona.

Demasiado estrecho para vehículos, pero perfecto para caminar sin ser visto. “Sígueme”, le dijo Mateo al hombre. Y manténgase pegado a las paredes. Caminaron en silencio durante 10 minutos por un laberinto de callejones, patios traseros de casas, espacios entre edificios. Mateo conocía cada piedra, cada hoyo, cada doblez.

Había crecido jugando en esas calles, había corrido por esos callejones miles de veces de niño. El hombre lo siguió sin hacer ruido, moviéndose con una agilidad que sorprendió a Mateo. No era la primera vez que este hombre tenía que moverse en las sombras. Cuando finalmente llegaron a la calle Hidalgo, estaban a una distancia segura del retén. Podían escuchar los ruidos a lo lejos, pero ya no estaban en peligro inmediato.

“Aquí está seguro”, le dijo Mateo. Esta calle da directo a la carretera norte, sin pasar por donde están los soldados. El hombre respiró profundo, como si hubiera estado conteniendo la respiración durante todo el recorrido. “Mateo”, le dijo mirándolo directamente a los ojos, “Me acabas de salvar la vida.” No fue nada, señor.

Cualquiera habría hecho lo mismo. El hombre sonrió, pero era una sonrisa extraña, como si Mateo hubiera dicho algo ingenuo. No, muchacho, no cualquiera. La mayoría de la gente habría fingido que no me conocía en cuanto vio a los soldados. Sacó de su bolsillo un fajo de billetes y le extendió cinco billetes de 500 pesos.

Toma, esto es por los tacos y por la ayuda. Mateo se quedó mirando el dinero. Eran 2,500 pesos, más de lo que ganaba en una semana buena. No puedo aceptar esto, señor. Fue un favor, nada más. No fue un favor, Mateo, fue mucho más que eso. El hombre insistió hasta que Mateo aceptó el dinero.

Luego sacó una tarjeta de su bolsillo, una tarjeta blanca sin nada escrito, excepto un número de teléfono. Si algún día necesitas algo, cualquier cosa, llama a este número y pregunta por Joaquín. No olvides mi nombre. Joaquín. Mateo tomó la tarjeta. Joaquín. Joaquín. ¿Cómo? El hombre sonrió nuevamente. Solo Joaquín se dieron la mano, un apretón firme, serio. Luego Joaquín se alejó caminando hacia la carretera norte, desapareciendo en la oscuridad de la noche.

Mateo se quedó parado en la esquina con el dinero en una mano y la tarjeta en la otra, preguntándose qué acababa de pasar. regresó a su casa esa noche con una sensación extraña en el pecho. Su madre, doña Carmen, lo esperaba despierta como siempre. ¿Qué tal el día, mi hijo? Bien, amá. Mejor de lo que esperaba. Le mostró los 2,500 pesos. Los ojos de doña Carmen se abrieron como platos.

Mateo, ¿de dónde sacaste esto? Un cliente me pagó muy bien. Un señor muy generoso. Su madre lo miró con suspicacia. En Sinaloa, cuando alguien joven aparece de repente con mucho dinero, las madres se preocupan, conocen las tentaciones, conocen los peligros. Un cliente normal, Mateo, no estarás metido en nada malo.

No, mamá, te lo juro por mi papá. Fue un cliente normal. Solo tuve mucha suerte. Doña Carmen no quedó completamente convencida, pero necesitaba el dinero para sus medicamentos. Mateo le dio 400 pesos para la medicina y guardó el resto. Esa noche, acostado en su catre en el cuarto que compartía con su hermana Patricia de 16 años, Mateo no pudo dormir.

daba vueltas en la cama pensando en Joaquín, quién era realmente, por qué tenía tanto miedo de los soldados, por qué cargaba tanto dinero, por qué le había dado una tarjeta con solo un número de teléfono en el fondo, Mateo sabía las respuestas. En Sinaloa, cuando un hombre de 45 años anda solo, carga mucho dinero, huye de los retenes militares y paga 2,500 pesos por unos tacos y un favor, solo hay una explicación posible. Pero Mateo prefería no pensar en eso.

Prefería creer que había ayudado a un hombre de negocios que tenía problemas con sus impuestos o a alguien que tenía una orden de arresto por algo menor. Pero la verdad era que en el fondo de su corazón, Mateo Santos sabía que había ayudado a alguien muy peligroso. Y esa noche, mientras escuchaba la respiración de su hermana en la cama de junto, se preguntó si algún día eso le traería problemas.

Los siguientes 5 años pasaron normalmente para Mateo. Su negocio de tacos creció, compró una plancha más grande, amplió su menú, contrató a su primo Ramiro para que lo ayudara en las horas de mayor venta. Patricia terminó la secundaria y comenzó la preparatoria.

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