Un Joven Taquero Salvó a El Chapo de un Retén… Años Después el Cártel Vino por Él – Page 3 – Recette
Publicité
Publicité
Publicité

Un Joven Taquero Salvó a El Chapo de un Retén… Años Después el Cártel Vino por Él

Doña Carmen, con sus medicamentos pagados puntualmente, se mantuvo estable de salud. Mateo nunca usó el número de teléfono que Joaquín le había dado. La tarjeta se quedó en su billetera, guardada detrás de su credencial del IFE, pero nunca tuvo una emergencia lo suficientemente grande como para pensar en llamar. Además, conforme pasaron los años, Mateo casi se convenció de que toda esa noche había sido un sueño extraño.

Realmente había pasado, realmente había ayudado a escapar a un desconocido de un retén militar. De vez en cuando, especialmente cuando veía noticias en la televisión sobre capturas de narcotraficantes, Mateo recordaba aquella noche. Se preguntaba si Joaquín estaría bien, si lo habrían capturado, si seguiría vivo, pero eran pensamientos que venían y se iban rápidamente.

Mateo tenía su vida que vivir, su familia que mantener, su negocio que crecer. Hasta que una noche de febrero del 2017 desde exactamente 5 años después, Joaquín regresó. Era martes 10 de la noche. Mateo estaba cerrando su puesto como siempre cuando vio una camioneta suburban negra con vidrios polarizados estacionarse en la esquina.

De la camioneta se bajaron tres hombres, dos de ellos se quedaron junto al vehículo. El tercero caminó hacia el puesto de tacos. Conforme el hombre se acercaba, Mateo sintió que algo familiar había en su forma de caminar, en su porte. Cuando estuvo lo suficientemente cerca para que la luz de la plancha iluminara su cara, Mateo sintió que el corazón se le detenía.

Era Joaquín, el mismo hombre de 5 años atrás, pero cambiado. Ya no llevaba gorra de béisbol ni ropa sencilla. Ahora vestía camisa de vestir blanca, pantalón de gabardina negro, zapatos de piel caros. Su bigote estaba mejor cuidado, su porte era más imponente y sus ojos, esos ojos pequeños y calculadores que Mateo recordaba perfectamente, ahora tenían una frialdad que antes no había notado.

“Buenas noches, Mateo”, dijo Joaquín con la misma voz tranquila de 5 años atrás. “Señor Joaquín”, respondió Mateo, sintiendo inmediatamente que toda su tranquilidad desaparecía. Qué gusto verlo otra vez. ¿Te acuerdas de mí? Por supuesto. ¿Cómo podría olvidarlo? Joaquín sonríó. Pero no era la sonrisa amable de aquella noche. Esta tenía algo más frío, más calculado. Me da mucho gusto ver que tu negocio ha crecido.

Se ve que te ha ido bien. Mateo siguió limpiando la plancha, tratando de actuar normal, pero sus manos temblaban ligeramente. Sí, señor, no me puedo quejar. ¿Se va a servir algo? No vengo por tacos esta vez, Mateo. El corazón de Mateo se aceleró. No vengo porque necesito que me hagas otro favor. Mateo dejó de limpiar y miró a Joaquín directamente.

¿Qué tipo de favor, señor? El tipo de favor que no puedes rechazar. En ese momento, Mateo entendió que los últimos 5 años de tranquilidad habían terminado, que aquella noche de febrero del 2012, cuando decidió ayudar a un desconocido a escapar de un retén, había hecho algo más que un favor inocente. Había contraído una deuda.

Y en el mundo de donde venía Joaquín, las deudas siempre se cobran. ¿Se acuerda de lo que me dijo esa noche?, le preguntó Joaquín. me dijo que cualquiera habría hecho lo mismo. Yo le dije que se equivocaba, que la mayoría de la gente habría fingido que no me conocía cuando vieron a los soldados. Mateo asintió lentamente. Usted me salvó la vida esa noche, Mateo, y yo no olvido a las personas que me salvan la vida, pero tampoco olvido que ahora tengo una deuda con usted y es hora de pagarla. No entiendo, señor.

Claro que entiendes. Tú me ayudaste cuando yo estaba en problemas. Ahora yo necesito que me ayudes otra vez. ¿Con qué? Joaquín miró hacia ambos lados de la calle, asegurándose de que nadie más pudiera escuchar la conversación. Necesito que guardes algo para mí. Solo por unas semanas. Algo importante.

¿Qué tipo de algo? El tipo de algo que es mejor no preguntar qué es. Mateo sintió que el mundo se le venía encima. Sabía exactamente de qué estaba hablando Joaquín en Sinaloa. Cuando alguien te pide que guardes algo sin especificar qué es, solo hay dos posibilidades, armas o drogas, y ninguna de las dos era algo que Mateo quisiera tener cerca de su familia.

Señor Joaquín”, dijo Mateo con la voz temblorosa, “yo no me meto en esas cosas, yo solo vendo tacos. Tengo a mi madre y a mi hermana, no puedo ponerlas en peligro.” Joaquín lo miró fijamente durante un largo momento. Cuando habló, su voz seguía siendo tranquila. Pero ahora había una amenaza implícita que antes no estaba. Mateo, hace 5 años me salvaste la vida. Eso significa que estás en mi círculo, estás bajo mi protección, pero también significa que cuando yo necesito algo de ti, tú me ayudas. No es una opción. Pero, Señor, no hay peros.

Mateo, tú tomaste esa decisión aquella noche cuando decidiste ayudarme. Sabías quién era yo. No eres tonto. Sabías en qué te estabas metiendo. Era verdad. En el fondo, Mateo siempre había sabido quién era Joaquín. Había elegido no pensar en eso durante 5 años. Había elegido creer que solo había ayudado a un hombre de negocios en apuros, pero siempre había sabido la verdad.

¿Qué pasaría si yo dijera que no? Joaquín sonrió tristemente, como si la pregunta le doliera. En verdad quieres que responda esa pregunta, muchacho Mateo miró hacia la camioneta, donde estaban esperando los otros dos hombres. Luego miró hacia su casa a tres cuadras de distancia, donde su madre y su hermana estaban viendo la televisión ajenas a lo que estaba pasando.

¿Qué necesita que haga exactamente? Solo guardar una mochila en tu casa. Nadie va a venir por ella. Nadie va a sospechar nada. En dos semanas vengo por ella y se acabó. Nunca más te voy a pedir nada. Y si me encuentran con esa mochila, no te van a encontrar. Te doy mi palabra y si me encuentran. Joaquín no respondió inmediatamente. Esa falta de respuesta fue respuesta suficiente para Mateo. Tengo opción.

Siempre hay opciones, Mateo, pero algunas opciones tienen consecuencias que prefiero que no tengas que enfrentar. Mateo cerró los ojos. En ese momento entendió completamente lo que había pasado 5 años atrás. No había salvado a un hombre inocente, había salvado a alguien poderoso, alguien peligroso. Y ese alguien ahora consideraba que Mateo le pertenecía.

Está bien, dijo finalmente, cuando mañana en la noche, a esta misma hora, uno de mis hombres va a venir con la mochila. Tú la recibes, la guardas, te olvidas de que existe. En dos semanas vengo por ella y después, después estamos a mano. Yo pagué mi deuda contigo dándote dinero aquella noche. Tú pagas tu deuda conmigo haciendo esto y nunca más nos volvemos a ver.

Joaquín se acercó más y puso una mano en el hombro de Mateo. Era un gesto que podría haber parecido paternal, amistoso, pero Mateo sintió el peso de la amenaza detrás de él. Mateo, tú eres buena gente. Me diste cuenta de eso aquella noche. No quiero lastimarte.

No quiero lastimar a tu familia, pero necesito saber que puedo confiar en ti. Puede confiar en mí, Señor. Lo sé. Por eso estoy aquí hablando contigo. En lugar de mandar a alguien más a resolver este asunto, Joaquín se alejó hacia la camioneta. Antes de subirse se volteó. Ay, y Mateo, si esto sale bien, voy a asegurarme de que tu negocio siga creciendo. Nadie va a molestar tu puesto.

Nadie te va a extorsionar, nadie te va a dar problemas. Vas a estar bajo mi protección. Gracias, señor. Y si esto sale mal, Joaquín no terminó la frase, no necesitaba hacerlo. La camioneta se fue, dejando a Mateo solo en la calle con sus pensamientos y su terror. Sabía que acababa de cruzar una línea que no se puede descruzar.

Sabía que ya no era solo Mateo Santos, el taquero. Ahora era Mateo Santos, el taquero que le debía favores a Joaquín Guzmán. Porque esa noche, mientras guardaba su puesto de tacos y caminaba hacia su casa, Mateo finalmente entendió quién era realmente el hombre al que había ayudado 5 años atrás.

Las noticias habían estado llenas de él durante años, las fotografías en los periódicos, las recompensas millonarias, las operaciones militares para capturarlo. Joaquín no era solo un narcotraficante cualquiera, era Joaquín el Chapo Guzmán, el hombre más buscado de México, el jefe del cártel de Sinaloa, el narcotraficante más poderoso del mundo.

Y Mateo Santos, vendedor de tacos de 27 años, acababa de convertirse en su cómplice. Esa noche Mateo no cenó. Le dijo a su madre que no tenía hambre. Se metió a su cuarto y se quedó despierto hasta la madrugada pensando en qué había hecho. Cada vez que cerraba los ojos veía la cara de Joaquín. Recordaba la conversación. Sentía el peso de lo que venía. Patricia tocó la puerta de su cuarto a las 2 de la mañana.

Mateo, ¿estás bien? Te escucho dando vueltas. Estoy bien, Patti. Solo no puedo dormir. Pasó algo en el trabajo. Por un momento, Mateo pensó en contarle todo a su hermana, decirle que tenían que irse de Culiacán, que tenían que mudarse a otro estado, que algo muy malo iba a pasar, pero no podía. No podía arrastrar a su familia por su error. No, Patti, solo es estrés. Vete a dormir. Pero Patricia no era tonta.

Conocía a su hermano mejor que nadie y sabía cuando algo estaba mal. ¿Estás seguro? ¿No te metiste en problemas? La pregunta le pegó a Mateo como un puñetazo. Su hermana menor, de 21 años, estudiante de contabilidad, que soñaba con trabajar en una oficina, con casarse, con tener una vida normal, le estaba preguntando si se había metido en problemas y la respuesta era que sí, que se había metido en los problemas más grandes de su vida.

Estoy seguro, Patti, todo está bien. Pero nada estaba bien. Y conforme pasaron las horas hasta que amaneció, Mateo entendió que nada volvería a estar bien. La noche siguiente, a las 10 en punto, un hombre joven de unos 25 años llegó al puesto de tacos. Era delgado, moreno, con tatuajes en los brazos y una mochila deportiva negra colgando del hombro. ¿Eres Mateo? Sí, vengo de parte de Joaquín.

El hombre le extendió la mochila. Era pesada, más de lo que Mateo esperaba. No la abrió, no preguntó qué había dentro, solo la tomó y la guardó debajo del mostrador de su puesto. En dos semanas exactas, a esta misma hora, alguien va a venir por ella. No la abras, no la muevas de donde la pongas. ¿Entendiste? Entendí.

El hombre se fue sin decir más. Mateo terminó de trabajar esa noche con la mochila debajo de su mostrador, sintiendo como si fuera una bomba de tiempo. Cuando llegó a su casa, la escondió en el closet de su cuarto, detrás de unas cajas viejas. Durante las siguientes dos semanas, Mateo vivió en un estado constante de terror.

Cada vez que sonaba un timbre, cada vez que escuchaba sirenas en la distancia, cada vez que veía soldados patrullando, su corazón se aceleraba. La mochila estaba ahí en su closet como un secreto mortal que podía destruir su vida y la de su familia en cualquier momento. Mateo empezó a tener pesadillas. Soñaba que los soldados entraban a su casa, encontraban la mochila, arrestaban a su madre y a su hermana.

La suite de l’article se trouve à la page suivante Publicité
Publicité

Yo Make również polubił

Leave a Comment