Roberto pidió pruebas, y Teresa, con manos temblorosas, sacó un cuaderno donde anotaba fechas y frases.
No lo hacía por venganza, lo hacía por miedo, porque sabía que sin registros el dinero siempre gana, y ella, una empleada, siempre pierde.
También le mostró algo que partió el alma de Roberto.
Grabaciones de audio donde se escuchaba a Laura decir: “Si no fueras ciega, yo tendría una vida normal.”
Roberto sintió náuseas.
No por el sonido en sí, sino por darse cuenta de que esa casa, su casa, había estado entrenando a una niña a sentirse culpable por existir.
Volvió a la sala y miró a Laura con otra mirada.
Ella intentó abrazarlo, usar encanto, prometer cambios, y luego, al ver que no funcionaba, cambió a amenaza.
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